Tras una paella de Tepe con su correspondiente vino ciclista tenemos que, nuestro vuelo sale de Santiago de Chile hacia Punta Arenas a las 22:30h. La verdad es que de no ser por Estefi, Diego e Ilya, habría sido completamente imposible salir de casa antes de las 23:00 ¡Muchas gracias por la ayuda regalada!
Aun así, terminamos por salir tarde, ya que la organización carece de existencia; han vuelto la que hasta ahora ha sido mi casa un caos absoluto, lo que nos ha obligado a ingresar en el aeropuerto sobre las 21:15 aproximadamente, pese a la prisa que se ha dado Estefi manejando.
Al llegar nada cambia, ¡todo es un descontrol! Corremos en una y otra dirección, hablamos con una mujer, luego con otra y, cuando por fin estamos llegando al mostrador en el que me atienden para poder subirme a lo que a quiera que sea el avión ese, aparece una señora con cara de haberse comido un plato de heces de la amante de su marido y nos dice: ‘llegáis tarde, tenéis que ir a ventanilla a cambiar los vuelos con una penalización’. Así que nos ha tocado salir corriendo nuevamente a la ventanilla de venta de billetes y el personal, muy amablemente, nos los ha cambiado sin ningún costo adicional. Además, nos permiten llevar dos de las tres bicicletas como si fuesen maletas; sin abonar dinero adicional. Por ello, desde aquí quiero agradecer a todos/as los/as empleados/as el trato recibido a excepción, claro está, de la señora con cara de chancla (me abstengo de publicar el nombre de la compañía aérea por temor a meter en un lío a quienes tan bien nos han tratado).
Retomando la historia… Llegó la hora, ¡me separan de mis amigos y me suben en una cinta negra que se mueve sola! No sé donde voy, no sé que quiere decir: ‘viajar en avión’.
Mis compis se despiden de sus colegas a la par que me meten con otros perros en un lugar extraño.
Al poco rato, siento como que me aplasta el aire, ¡creo que me estoy despegando del suelo!
Me resulta bastante agotador estar aquí encerrado con todo esos perros quejándose... Ni que sirviese de algo, ¡aquí nadie puede escucharnos! Así que, decido dormirme un rato sin pensar mucho en qué me deparará este extraordinario acontecimiento.
Despierto tras un estruendo, ¡creo que hemos vuelto a la tierra! Vuelvo a sentirme como siempre y esos perros parece que están más tranquilos, ¡menos mal, porque me estaban poniendo la cabeza como un bombo!
Ahora me suben en otra cinta negra de esas y por fin, al fondo, ¡veo a mis amigos! Gracias a Dios, porque... ¡me meo a cola llena!
Tras un rato dando vueltas por el aeropuerto de Punta Arenas, por fin salimos y orino... ¡Vaya chorrazo!
Ahora ya sí, con la vejiga vacía, volvemos dentro y buscamos un lugar donde dormir bajo la escalera del aeropuerto porque es tarde y hace frío. Montamos un improvisado campamento y descansamos todos plácidamente.
¡Guau, guau!
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